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viernes, 9 de julio de 2010

Levedad



Fracasé al respirar.

Me atropelló la dilación de una lágrima
batiéndose a duelo con la garganta.

Te debo el alquiler de los denuedos de la muerte
por derrapar en las alas del olvido
ayer todavía hoy
se adhieren al mercado los desmayos oculares.

Tengo por costumbre cargar el cuerpo durante la condena,
el límite de un segundo casi agudo me convence.

En algún rincón de la humareda se habrán escondido las miradas
que no vuelven,
que nunca regresan por pensarlas olvidadas.

(No puedo grafitizar su voz
aún llenándome de hormigas las venas)

En la porción más íntima de la noche
se vuelven de la conjuntiva los señuelos del limón.

La temperatura del otoño nunca ha sido pertinente,
demasiada textura para delimitar una utopía.

Viste que cada intento se ha inundado de porqués,
que cada después se acongojó en la lentitud de agosto,
viste que cada instantánea del hombro a cero grados
desniveló la conjetura abstracta de unos cualesquiera transeúntes.

Yo sigo sola apedreando el olvido desde mi ventana,
fumando la gracia de la bitácora de un ángel,
aplastando la dignidad en mis bolsillos.

Acaso el alma pese más que algunos besos.

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