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viernes, 26 de diciembre de 2014

Parasíntesis



Como si el diablo llenara la copa
-esta última antes de la próxima-
y tropezara antes de alcanzar el andén.

Imagino darte un beso de propina
cuidarte como cuidaría
que no se me moje el paraguas
cuando llueve a media calle.

La sangría entre mi rodilla y tu mano derecha
la oblicuidad de decirme lo minuciosamente necesario,
han vertido la piel cuesta abajo.

Reversible duelo del que no quisiera hablar.

A pimpollear a la orilla.

Nunca tuve un piano,
una mariposa que me dure,
una carta de tinta emancipada.

Como si esta fuera la última vez
que te azotara contra los renglones.


¡Pobrecita de mí!
armando cubos con algunas letras
deshilachando el silencio con hilos que todavía nos ligan.


A falta de la buena vereda
la sintética muestra de un doliente disturbio
ha venido a reemplazar la queda.


(Vino envenenado,
pero recién llegado
me pide un beso).


Como si la mudanza obligada de estación
te llevara de la mano mientras miras atrás.


-Muerte-
Deja que la amnesia sentimental haga lo propio,
te cubra de sus telas
antes de lanzarte al aspecto mudo de un recuerdo sintáctico.


A comodear a otros versos,
que por acá,
(como verás)
se ha desnutrido la ausencia.

Nunca (entre vos y yo)



Nunca seremos Barcelona en un espejo azulado
de amanecer catalán.

Ni un puerto plagiado donde descanse la mirada
ni sus dos horizontes encerrados entre nubes.

Tampoco el sol desalmado que acaricia las bóvedas
mientras se besan los amantes,
lejos de mí,
lejos de ti,
lejos de vos.

O un corazón gallego almidonado entre rayos
cuando la nostalgia nos ha quedado lejos
arrugando una postal.


Ni los edificios peleando por alcanzar el cielo
antes que el cristianismo.

Que tu amor se pague en euros,
voy perdiendo cuatro a uno,
que el hexágono o la misma bala
no existan en esta urbe bordada de agua marrón.


Que tengas razón, que sean los poetas
y no los mendigos los que decoren el paso.

Que las frutas tienen más color,
que caen otras estaciones,
que el amor es el mismo,
acá o en las Antillas.


Que el bufón te dibuje hoyuelos en las mejillas,
o aquellos soldados de plata que presumen para adornar
y no saben de Malvinas,
o en tu estambre, de las Falkland.


Cleopatra se arrodilla para merecer tus ojos,
no limosnas, no plegarias.


Triste faro de dos caras acá alumbra mis penas,
allá el olvido.
Nunca seremos Barcelona.
Nunca seremos tú y yo,
ni nosotros,
tal vez vos,
tal vez yo.

Che, ¿seremos algo?

Ojos de Humo










(Me he derrumbado sobre sus charcos,
sobre sus paredes de saliva y cemento).


Voy a hacer cosas al azar,
cosas que sucedan durante el miedo.
Voy a terminar el cuento:
“Su boca es el suelo de mi infancia
volcado de su lengua en un tapiz apolillado”.

No soy ángel no soy hiel,
-sólo mortal en mortales prendas-
madrugadas con soles tragándose mis edades
cicatrizadas entre torrentes de mediocridad y vino.

Fumo para incinerar el altar a sus ojos,
el decálogo impúdico que se trepa en el muro con arietes de yeso,
azotes incesantes en el puño del recuerdo.

Vos sabés de todo aquello que me vio morir,
y yo te creí, diciembre estrepitoso,
juntaste miserias al pie de la escalera
alucinaste, por respirar su vértigo.

Yo te vi cuando especulaste sus heridas
y trazaste rayas perpetuas en rigor,
que esto sí, que aquello no,
arremangué mis párpados pegados al vidrio lluvioso
para decirle a todos que pisoteen las venas de la hojarasca.

Quizás así, amanezca copiosamente.

Caperucita no tiene Capas





Vos me querías santa,
carmelita,
que hiciera té y lavara los vasos.
Vos me quisiste amasando canelones
tomando amargos y jugando Scrabble.

Demasiado puta para escuela de monjas,
demasiado monja para escuela de putas.










Me aniquilo,
con el rubor constante en la parafina que destila una palabra,
-pecado-
seductora como el brillo de la espuma torneando tus labios.


Pecame,
vos que sabés hacer maíz del campo enrarecido
que cultivás arañas en el tinglado
que luego son noches huérfanas y poemas miopes,
kilómetros de pan en las manos de los pobres.


Vestime:
ruido
carroza
arrumaco.



Hay un rumor in fraganti que me agobia
que se vuelve origami,
barquilla,
zarzamora,
anida en el espejo que secuestra la escalera
muerde las uñas de moños preescolares
y vive en mí,
como cualquier ángulo favorito a punto de asumir.

La inmadurez del silencio reúne en mi lengua
cosas tan corrientes que me apena ser mortal.


Y yo me entrego porque no sé de más suspenso,
resuelvo en mis tramas, cenizas y salmos.

Ya todo se desmoronará a la hora de latir.




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Alas








(Yo te di el poder de rotar mi mundo)


Voy a salir a desparramar los colores
silabearte en un trago oblicuo a las venas
y después de teñir el pan,
mirarte para vencer mi adicción a los gerundios.

Ay, agujerito de mis terremotos en carne!
Dame un pedacito de vos para llevar a la guerra,
dame la mirada de hilos constelada en el azar
esa que parece que se tragó todas las noches.

Recordame cuántos pasos tendrá la siguiente muerte
que apenas lluevan autobuses sagaces
voy a entumecerme en una trenza plana
y apaciguar la miope ecuación que nos torture.

Decime algo más que separe el detalle,
una catarata de manoseo cósmico,
un país con nombre de fruta
el misterio de irrigar la religiosa escarcha
para espiarte en la corte ajena.

Dame un pedacito de vos para tener de botín
pero algo que no se queme en lejía
ni se suspire en las avenidas desiertas.

Mejor dame otro color,
al que pueda bautizar con tu nombre.

Mediterráneo

Este destino 
que no ha tenido la forma de las cosas con suerte, 
el bamboleo seductor de una sonrisa colgando de tus ojos, 
los párpados afilados y dignos de un chantaje boreal. 

No hemos tenido la dicha de las palabras paseando a través del cuerpo, 
acérrima monotonía de domingos tardes, 
shock ultrajante 
tus pestañas desparramadas en el viento de Avellaneda. 

Nunca tuvimos polvaredas de sobra, 
y aún lo gris se somete a nuestros avatares. 

Un trago, 
dos, 
tres, 
ahora sí que te recostás en mi hombro. 

He devenido en musa para amasarme algún adjetivo, 
a fuerza de sangre entrometida 
la sombra se renueva mientras somos los mismos. 

Si llegás a mirarme no te olvides de voltear, 
un segundo más tarde nos derramarían sal en las costillas. 

Ahora observo tu costado de utopías 
la melancolía enraizada a tus diez colillas 
para que apenas te desentiendas del río 
mirándome con pupilas de papel. 

Esta sutil conveniencia de saberte en días muertos 
vuelve a la tribu bipartita que resolvió el miedo en un can can. 

Habrá sido ese meridiano tan cobarde de saberme, 
habrán sido las dimensiones aún no exploradas, 
tu cruda salvedad al cantarme del suicidio. 

¿Y si tratás de volar? 

¿Qué tal que te convenga mi engatusado almanaque 
y puedas devengar en cada bolsillo 
la presencia de mis lágrimas? 

No lo intentés. 

Prefiero extrañar tus corbatas ajenas de púas 
que mi inédita ansiedad desesperando.

Inventario



-Un ratito más, por si la gente pregunta-



Hay una similitud trazable,
frialdad quirúrgica
solvente de duendes
para el dolor tirano.

Podríamos morder la voz herida
digerir la más inquietante de las blasfemias
si alguien se atreviera a inventarnos.

Podríamos caer.
Podríamos creer.

Nada volverá a nacer en las cosquillas de la noche.
Luego vendrá la madrugada
y apedrearemos a dúo la hipnosis de la ventana,
merismas para recrear la tercera dimensión
en la huelga de lágrimas verticales.

Habrá un silencio,
un grito de pie al borde de la copa
la severa ecuación de dos que quisieron
pero se abandonaron a la gravedad de las semillas.

Habrá otro trastorno,
y la presunta superstición de arrodillarme
para agonizar penosamente
entre las costillas de la humedad.

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Origami



Por esta vez,
poema sátrapa que astilla las córneas
andá a dormir,
dejame ser la vida que no bebí,
librame de la perpetua puja de ser la boca de tus dioses,
las manos de tus muertos
las células de tus vocales.


Dame alas siquiera de cartón,
el pronóstico da justo esta vez
y yo tengo ganas echarme a andar.

Brindaremos en un telón corriente
ahogaremos en plural
la garra medusa de aquella voz fumando a grietas.

Sumaremos,
el inventario extenso por cada píxel de otra cara
otros dados, otro herbolario sacro
la oportuna calma a los pies de la estación.

Es urgente encontrar la solapa y darme a virar
porque él se apresuró al borde de mis ramas
profanado por el vértigo ardiente de matarme menos
antes de lograr negocios con el zar.

Que se me acalambre el aire
que ruede la memoria sobre el tejado
y proyecte películas Vintage
donde no maceren dudas.

Es urgente encontrar el descarozador
el espejo de cartera
tus pómulos sedientos.

Que se duerman los demás esta vez.

-¿Pronto?-

(Si me das un renglón te digo la verdad sobre mi nombre)