Este destino
que no ha tenido la forma de las cosas con suerte,
el bamboleo seductor de una sonrisa colgando de tus ojos,
los párpados afilados y dignos de un chantaje boreal.
No hemos tenido la dicha de las palabras paseando a través del cuerpo,
acérrima monotonía de domingos tardes,
shock ultrajante
tus pestañas desparramadas en el viento de Avellaneda.
Nunca tuvimos polvaredas de sobra,
y aún lo gris se somete a nuestros avatares.
Un trago,
dos,
tres,
ahora sí que te recostás en mi hombro.
He devenido en musa para amasarme algún adjetivo,
a fuerza de sangre entrometida
la sombra se renueva mientras somos los mismos.
Si llegás a mirarme no te olvides de voltear,
un segundo más tarde nos derramarían sal en las costillas.
Ahora observo tu costado de utopías
la melancolía enraizada a tus diez colillas
para que apenas te desentiendas del río
mirándome con pupilas de papel.
Esta sutil conveniencia de saberte en días muertos
vuelve a la tribu bipartita que resolvió el miedo en un can can.
Habrá sido ese meridiano tan cobarde de saberme,
habrán sido las dimensiones aún no exploradas,
tu cruda salvedad al cantarme del suicidio.
¿Y si tratás de volar?
¿Qué tal que te convenga mi engatusado almanaque
y puedas devengar en cada bolsillo
la presencia de mis lágrimas?
No lo intentés.
Prefiero extrañar tus corbatas ajenas de púas
que mi inédita ansiedad desesperando.
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