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sábado, 24 de octubre de 2015

Lobo ¿estás?

No voy a ser hipócrita 
y empezar este poema por los pies.
Después de todo, 
para ir a verte me puse perfume,
perdí la dignidad en plural 
pero gané un par de versos.

Es cierto.
Te confieso que el infinitivo bajo la almohada 
despierta el rumor de mates y miradas clandestinas
en las piernas del cliché.

Que siempre cabecea el mismo gorrión
en el codo que desgarra la pupila del ventanal
mientras me abrocho el grillete del día.

Que esperaba que el hilo a medio coser
fuese un píxel más que aguja y botones
entre la grama espejada de nuestros cuerpos
que ya no son nuestros
que son de algunos más
forasteros mezquinos de la seductora hospitalidad.

Ya no me atiborro de migajas en el bosque
no hay tribunas en moteles capicúas 
ni planes delgados huyendo a pie.
Todo está así,
que así,
alzá la canastita,
mirá por la cerradura,
hay una docena de tazas sumergidas en palillos de roble
y recetas con nombre de negligé.

Se paga el repique del estrategma
lo sé,
desde aquel trígono de cal y azúcar
mi cuerpo perdió el equipaje
y sólo me quedaste vos
amenazándome desde la copa trémula,
tan rapaz
tan senil
que lo peor es cuando los higos se hacen pájaros
y el grito lluvioso del después 
intercepta mi tararear cenizo.

Te confieso que estoy a punto de alunizar,
al borde de perder tu ofrenda
por arrojar las llaves de regreso
en la colectora de la avenida.
Última edición por Daniela Miño

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