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lunes, 25 de marzo de 2013

Grietas



Hechizo:
atmósfera intoxicada número 12.

Coronación en pijamas,
vuelta a derrocar la ceremonia de cuerpos impares
entre los dedos agrios que sostienen a los libros deslomados.

Nada escapa al grito sordo de la hoguera:
honoris causa
morder la manzana
o morir abrazados.

Dormido en la trinchera piadosa,
un semestre de amanecer cardenal.
Pienso, resisto,
hago agua en la humareda del té.
Duelen
la pérdida de los detalles,
la mesa siniestra,
rumores de medianoche a dos espaldas.

La espina poética me obliga a mirarte con labios escultores.

Perfecciono las celdas
para habitar en algún agujero
donde se filtre el psicoanálisis
la picardía de recortar tus venas lúdicas,
la paranoia absurda de la tragicomedia que desató los cordones
y se posó junto al árbol de vinagres
para morir infinitamente en tu mochila.

Voces

Ya vienen.
Percibo su álter ego entre mis manos.

Agonizan,
junto a las vocales arrogantes
latiendo desenfrenadas,
aúllan a los vitrales oprimidos
en las lagunas de la memoria.

Despliegan sus alas de plomo,
derrapan en los habitáculos sombríos
de una bocanada ácida que emerge de la ironía
que se convenció Fénix y murió paloma
que se arrastrará perenne confesándose profana.

(Él tiene la tinta de mis derrotas en la brutalidad de su ausencia).

No le puede decir esta boca
del vértigo pueril que encarna la muchedumbre
a la hora de la desnudez de la sangre,
donde se descama el pretérito
para hacer cortinas que bailen a medianoche
empapadas de llanto peregrino.

No quisiera arremeter esta lengua
a la batalla infinita sujeta a su nombre,
al trinar impertinente que merodea al trapecio
cuando la ciudad finge que duerme.

Por eso es que callan
condenadas al paraíso oblicuo del nunca jamás
en la timidez quimérica de un pálido murmullo
que lo dice todo para que brote nada.

Nanai

Escuchá las voces que te dijeron todo el tiempo que las costillas de las libélulas fueron cruciales y que el lugar donde anidaban los dioses era ese pedazo de nada que nos dejó la inminente sutileza del manantial cosmopolita de la seducción agazapada parecida a un astronauta extraviado en un billar.

No gravita.

Quieroquesepasquelalocuraautomáticaquemeprovocaladespedidaseasemejamuchoatuscigarillosatados.

Leeme las manos.
No queremos ser esas dos caricaturas enajenadas
en el Santísimo Cristo de la Misericordia.
No, no.

Caí otra vez en la huelga de la aventura
parche salvaje a la comisura del instante.

Me declaro culpable,
soy reciclable
dame un pronombre.

Nadie lloró tanto con la voz hecha gusanos
entre las hostilidades de dos ceniceros
vestigios forenses en la ausencia de Clonazepam.

Soy esta y soy aquella,
me duelen los barrotes de sal
los aviones de papel
la crudeza de los amantes matutinos.

Y vuelvo a celebrar el pudor del caos
en la ecuación imprudente,
recta horizontal
poema sin gloria.

Efecto Mariposa:
Si te vas ahora me tenés que pagar.

Blanco & Negro


Voy a perder esta vez, sólo para reencontrar tu fe
cuando las banderas estallen en mi manos.

Lamentar tus partículas grises,
los panes que caen tibios sobre tu quietud de avellana
y todo lo difuminado en los gritos de abril.

.Soy inocente.

Marioneta tiesa  de discurso punzante
lagrimales colapsados de papel couché
en un  febril peregrinaje al Asteroide 326
por la teoría enferma que acelera el ritmo
sobre tu voz erguida en el ombligo de la noche.

Voy a subir al púlpito donde se rematan los renglones oscuros,
los inhóspitos gemidos en los rincones
donde nunca hubo un amor
o una mentira que lo consuele.

Allí, donde el milagro de mi nombre incubándose en tu lengua
despliegue las notas que mi latitud vencería,
allí te veré.

Y volveré.

Volveré a dormitar oyendo tus pasos en los escalones de la eternidad.

Al tal vez, nunca.

Eclipse


Ha encontrado la partícula del pobre diablo.

Ha sabido enceguecer el minuto
y deshojar la intrépida caída libre
entre los espirales de humo que desgarran su nombre.

En una procesión febril nos acosa cuando todos callan.
Rezo inoportuno a la subasta pasajera en las patas de la cama
por un minuto, un pellizco de mi realidad.

Para saber lo que ha creído estremecer
esas manos no volverán a tocar el instante
la ironía gris de una escalera en desuso.

Mejor te vas,
Mejor te vas de mí
para que los fantasmas hagan su labor
encajando piezas en la superficie de las palabras.

No.
Ella duerme en la madeja sin ovillar.
Atizará la noche. Noche de ojos sin colores.
Morirá. Al igual que la última. Muerta
intentando encontrar portales en la boca de la tormenta.