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martes, 27 de abril de 2010

Truco barato

Por ser la eterna procesión al birreme anclado en la avenida,
para preservar el alma abollada en el umbral de la puerta de calle,
el sueño barato de un juez en la pared
sostenido por los duendes del exilio.

La culpa es de las fotos horizontales
por difuminar sus pupilas justo en medio de ese río.

Vuelvo a la espesura del insomnio
casi sin recordar su voz deshecha en el cemento.

Por intentar abrojarme a un daltónico
a costas de los colores de mi domingo
deberé disertar eternamente en el patíbulo,
y gritar,
gritar hasta que se estrangule la garganta.

¡No estoy muerta!
¡No lo estoy pero me da lo mismo!
¿Acaso no lo ves?

Se me figuran iguales los anteojos en el vapor,
no puedo ver con tantos agujeros tragándose los pasos.

Porque él me dice mientras pliega mi pijama:
¿Y ahora?
¿Y ahora?

Y yo repito hasta que se me anuda la lengua
¿No lo ves?
¡Ahora sí lo estoy!

Tribuna



Pobre lengua insuficiente para digerir sus propios frutos.

La avenida está plagada de ojos,
Pichincha con su traje de domingo me desviste el alma.

Tristes diablos arremetidos con cucharas y salomones
ventanas al lamento masivo de una soledad enjaulada.

Suelo mirarte cuando todavía te vas,
siempre es otoño entre tus pasos,
siempre caen cenizas en el alboroto de tus manos,
siempre en la ventana
las rejas y todo lo que no quiero ser.

Aún es de noche y la ciudad no duerme
el traqueteo del río insomne se ha inmiscuido en el viento,
juntos caminan la costanera y se agasajan.

Ninguno de los dos
te vio llorar este esqueleto.

No habrá más pasos a pesar de la vertiente,
el espectáculo atroz de la semántica de tu mirada
se habrá disuelto en el fervor retrospectivo.

Pobre olvido seguro de sí mismo.

Cada latido con glamour de duermevela
se arrinconará distraído en el paréntesis de una runa.

Yo habré colgado los patines de las sombras
decapitando la certeza del picaporte a cuarenta y cinco grados.

lunes, 19 de abril de 2010

Merengue


Me caí temprano en la gruta inhóspita que acarreaba tu mirada.


Para vos todo deviene en un sifón arrojado al gato.

Mi celeridad tendría otro color,
al igual tus besos de continente extraviado.

Yo sé que vas a llevar mis mendrugos a tus labios
despertándome de la inquietud febril.

De cada retazo de abecedario conservo el sintagma pluvial.

Lo que sí sé es que si nos miramos
se cae al vértigo la incorrección ojerosa de la distancia.

Habremos discutido hasta la urgencia
la ínfima intromisión de una colilla.
Tremendo debate,
dejarnos o comprar.

Es por esas cosas paulatinas que nos apresuramos a olvidarnos.

(Si alguna vez me vuelve a sonreír,
juro por Virgilio que me arrancaré los ojos
en el momento exacto de capturar su timidez)

No tendré las agallas de escabullirme de sus vocales
corriendo al sur,
desentonándome.

Y yo te extraño ¿sabés?
Aunque me pegue duro el exilio matutino
y venga a buscarte en pijamas con un café en el bolsillo.

De alguna manera
el pacto ínfimo con las antenas del silencio
nos habrá traído en la vuelta.

Pura marea baja,
solamente inquisiciones glamorosas,
y quizás un mate para vos.

Papeles







El parpadeo acelera el abanico de algún guión barato,
la enemistad de las sombras carbonizadas en el empedrado
amontonadas,
débiles,
miradas desbordantes de puntos y comas,
miradas estrictamente gramaticales,
miradas pretéritas.

De tus manos conservo sus astillas,
el vapor pagano que se entrometió en tus discursos,
la pobreza de una lengua para merodearte
y la crueldad de un mate tibio en tu terraza.

Rosario,
desquiciada pegatina de mentirosos recuerdos.

Debimos alejarnos de la peligrosa molienda de nuestras almas.

Mirá qué triste he sido que todavía sigo cayendo dentro de mi cuerpo
delimitando la república atea que conviene al destino impar,
desacatando las leyes plurales que te revuelcan en la inquietud de una esquina.

Mirá que sigo sin correrme de la calle introspectiva,
del arrabal insolente que te muda,
de la monotonía austera que convida al delirio.

Debí alejarme de tus cadenas de papel glasé.
Debí dejarle al río la alforja indecente de tu filosofía de chapa.



sábado, 10 de abril de 2010

Séptima Ronda


Porque también irá a traicionarnos el desandar de los muertos
la paranoia sugestiva de deambular entre los mosaicos
evitando que las bestias se apareen en mi lengua
antes de desollar aceitunas
y arremeter en interlineados que delaten tu cosmovisión.


Podría llamarte extendiendo las alas,
fumar pensativamente mientras conjugo la ausencia
y la sangre de la ciudad se hace charco en mis tobillos.

Cada dicotomía enredada en el compás de tus manos
me agiliza la puerta de los nunca pensé
y comprende el vértice más agrio
de un par de labios adversativos.

Por la imagen que estás dando noche tras noche.

(Puedo ambivalerte,
pisar tus ojos de trasnoche,
blanquear la ciénaga al final del juego
y que no haya al fin un gato en la vereda
ni una jodida conferencia donde me digan
-Sí,  a ese hijo de puta tenés que entrarle por los ojos-
como me decía tu ex no sé qué)

El día después amanece cargado de tazones de cáncer,
la gramática bebiéndose el múltiple choice de las encuestas a la almohada
y mandando a callar a los dedos abiertos
de tanto pensar.