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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cuarenta y cinco agujeros a la redonda



Lo inexistente
es un bochorno en la órbita del vacío,
las palabras de un tercero excluido,
las cotas impuestas al cuerpo,
el aire salado que remonta a la muerte de alguien más.

(Él se fue como si se le enganchara el olvido en la buhardilla
cuando la podredumbre se arrojó desnuda sobre las piedras).

Para refractar la mirada
apelo al orgullo de animal doméstico
auténtica picardía digna de amonestaciones
condenada para siempre al desacato de un infinitivo.

(Esperar)

Pulir las horas.

Barrer el patio.

Pagar los impuestos.

Contar las virutas del lápiz HB.

Besar al sapo.

Salar la sopa.

Regar el mate.

Vuelvo a la cantera para palmear a Bovary.

Una palabra temprana para una vereda viuda.

Libertad,
luego veremos qué perro
persigue a qué mendigo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Sombras




No madre,
no soy feliz.


Hay un pájaro aleteando en mis costillas
y siembran pan, mis dedos de abecedario.

A veces llueve sobre los números impares
mientras el vaivén descose el arpa del asfalto
y yo envidio el insomnio frugal de los ángeles.

El polimorfismo de un pozo crucificado
rescata a las sombras empolvadas
vertidas en ofrendas a Dédalo.

Detrás se acumulan las lenguas
entorpecidas de lacónicos mestizos
mezclando el vientre con pinceladas de cobre.

La orfandad de mi cuello se despliega,
la crisis de la mariposa de papel mojado,
la pertenencia a los ojos de las piedras,
llaga pisciana que deambula en la boca
sin sospecharse herida de muerte.

El silencio me besa el estómago
y crepitan las canillas
la peste de extrañar el baldío del alma.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Por las horas que nos faltan

Yo sé que vos sabés de entrecruzados pentagramas
y que hasta a veces amanece más y mejor en tu ventana.

Sé que la osadía de atreverme a resucitar después de la infamia
decrece mientras observo atentamente las vías,
que fuiste una vez lo que yo no fui nunca,
que a veces me enrollé en un déshabillé de estaciones
y luego todos volvimos a morir de entrecasa.

Yo sé que vi tu cobardía plagada de pasaportes,
vi el desandar de tu firma ultrajando la armonía del mundo,
vi que me querías tanto como para orinar en mi atelier.

Ahora que vos y yo no nos merecemos,
que sólo somos un agujero en el espacio conjunto tiempo
que toda tu cascada de entreveros irá a morirse
y que me imagino de revés en la pulcritud de tu media cara.

Es ahora.

Al cabo me quedo con el botón flojo de los estatutos de paloma
asqueándome de las jaquecas a media pelea
sólo para estampar la escapada al olvido.

La cábala siempre vomita en viernes
se arrodilla cortesana sobre los hilos de la esquina
insufla el silencio que tararea el mundo
como corchetes blandos con agujeros en las piernas.

Regreso.

Él siempre ha estado allí,
en la sinfonía agria de lo que se parece a una pluma
en las palabras viscosas que entrelazan el pensamiento.

Él me dice no,
yo le digo a veces,
él me dice siempre
yo le digo jaque,
él se recupera
y me pide tregua.

-Ahí deberíamos sentarnos a fumar-

¡No!
¡Ésa es mi casa!
¡Allí ya has estado muerto!

Ha saltado el diablo desde la punta de su lengua,
inyectándose en mis iglesias de infancia
resucitando las arenas olvidadas de un llover.

De los cimientos heréticos que acompañan mi silogismo
retrato a diario la octava porción de la desmedida maravilla.

Y luego nada.

lunes, 26 de julio de 2010

Introspección

Detrás de la cáscara de un limón

yo veo,

yo puedo ver.


 

¡Oh Señor!

¿Vas a verter mi piel adentro para que vea adónde anida el águila

y se retuercen los crustáceos?

¿Vas a vender la cicatriz heredada de tantos mártires suicidas

y saturar de sal y espejos cada gramo de nostalgia?


 

Detrás de la concavidad se llana un espacio

se advierte la mustia recolección de huesitos,

dos más dos, dos

tres más tres, tres.


 

La inducción de la cordura destila vapor y entuertos.


 

En un vaivén recetado por la liviandad de un monje

presto a las mermeladas,

adivino bulevares

donde es sumamente urgente apropicuar el cuerpo,

ése que no sabe de sus límites discretos.


 

Y así lo verán en el vidrio,

en el último asiento del bus de la tarde,

donde la mirada se confunde con la urgencia del horizonte

que sólo podría refutar el apocalipsis.


 

¿No lo ves?


 

Aún de su mano muerta se lleva las cortinas

que más aglomerante que la mariposa
en duelo,

algunas notas tiesas a punto de domingo,

el constructo inepto de intentar demostrar por la lógica

el axioma de mi soledad de sangre y tierra.


 

Cuando él se ha ido sólo me queda un puñado de lunares,

la recolección sacra de cada fantasma que me atore de su paso

el hambre angustiante de reemplazar el paisaje superior de su señuelo

y algunos duendes deteriorando las palabras a cuenta reloj.


 

Sal y Pimienta

A Bibiana Poveda


 

Siempre se encenderá la brutalidad de la noche

la virginidad de una rayuela que defenestra los límites

que vuelve al borde sólo para ver si se le ha quemado el vestido.


 

Volverá detrás del pasillo que pisa sus fantasmas,

el alma del mar muerto que me azota la silla,

el aspecto de mi rancia solitud

mi peinado de hachazo ingenuo,

una limosna a la bóveda detrás de la puerta de calle.


 

Detrás de escena,

enganchadas a las vigas de un sintagma

se caen las cenizas, la mateada, la escarapela,

se cae la porción más liviana de un pretérito hambriento.


 

¿Ves que los muertos todavía bailan en la espalda?

Y todo sucede entre las nueve y las once.


 

Aún así las rodillas de los tercos se cuajan de maíz pisado

y suele llover adentro de la casa

sobre todo ante el intento de fingir salubridad.


 

Siempre vuelven a pastar en el enrejado,

donde las venas arrastran el cadáver del noble

y yo me vuelvo lentamente al cortejo original,

para esconder pan debajo de la almohada

y escuchar el trago lento y acompasado del viento abierto.


 

Una comedia magna en el mostrador del Agudo Ávila,

sin cigarrillos entre Suipacha y Santa Fe.


 

-Deme un fóbico por favor.

-¡Cómo no! ¿Lo envuelvo para regalo?

-No, me lo llevo puesto.

-Señora, hace frío allá afuera…

miércoles, 14 de julio de 2010

L’après-midi



No me mientas.

Aquel haz de luces que pernocta en el triángulo de tus manos,
aquellas noches de lobos enjaulados y partidas kamikaces.

-Por favor-
Vos devolvele la espera al ángel
que yo voy a poner la pava por enésima vez.

Y mientras tanto leé.


Sobrarán más de aquellas camillas vacías
que de tanto limar la pared se habrán cremado las uñas,
habremos de encontrarnos después de vomitar el reloj
y aún así se desnudarán los tréboles antes de mí,
para no desfigurar el rostro enajenado de una púa.

Pero sabe a ceniza el índice mendigo,
reniega de mi dosis aseverante,
cinco centímetros cúbicos de muerte cada dos días
una pirueta insolente que se revuelve en el alma de una piedra
dos más de aquellos azulejos empañados para mirar
en una colección misogénica de saber que ya no lo sos.

Y yo me arrastro a la bitácora del cartonero,
confundiendo mostradores con entuertos
palidez siniestra de un verbo electrocutado
en la suma de ceros disfrazados de tu madre,
en la lúdica astucia redondeando tu mentira perfecta
que vuelve para entrometerse en la rueda adyacente al purgatorio.

Locura de desayuno,
duendes descalzos que muerden mis zapatos,
dos o tres vasos más altos que yo abrazándose en la bacha
donde la mulatona insulta y destiñe el presagio.

Mi amanecer de partidas en el croupier del Moulin rouge
conmutación de incesto en un blando espejo,
en la misma taberna donde bebe el diablo y se aparean las vocales
justo antes de escupir los despojos de tu avión suicida
me ciño el tracto de tu minotauro en mi laberinto de alambres
y arrojo el enigma viscoso para que siempre sea abril
aunque los difuntos taimados se enfaden.

viernes, 9 de julio de 2010

Extensión

 
 
Hay algo de sustantivo en tu tristeza
de imprevisto de gotera que corrompe el suburbio,
de caminos de un mundo plano que jamás me hubieran exiliado.

Así, como cada mueca de insolencia que profana el pestañeo
te acompaña la cobardía a la geografía inhóspita de tus bares interiores.

Todavía se arremanga la noche hasta alcanzarme,
la temperatura de tus fantasmas apedrea el interludio
acompañado del silencio de tumbas que destila el río.

Así vienen a aventurarse las sombras en la frontera
al converger en la oscuridad de la palabra,
agotada de tantas muertes que azotaron su alimento de arroz
y patadas en las terminaciones plurales.

Es el vértigo de la prosódica despedida.

Es la garúa tangente a la mirada y al tarareo.

Es el regateo del destino alternando mis costillas,
el pavor de la nocturnidad de unos cordones desatados
y el desdén sin miga que se ha acodado en mi lengua renegada.

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Levedad



Fracasé al respirar.

Me atropelló la dilación de una lágrima
batiéndose a duelo con la garganta.

Te debo el alquiler de los denuedos de la muerte
por derrapar en las alas del olvido
ayer todavía hoy
se adhieren al mercado los desmayos oculares.

Tengo por costumbre cargar el cuerpo durante la condena,
el límite de un segundo casi agudo me convence.

En algún rincón de la humareda se habrán escondido las miradas
que no vuelven,
que nunca regresan por pensarlas olvidadas.

(No puedo grafitizar su voz
aún llenándome de hormigas las venas)

En la porción más íntima de la noche
se vuelven de la conjuntiva los señuelos del limón.

La temperatura del otoño nunca ha sido pertinente,
demasiada textura para delimitar una utopía.

Viste que cada intento se ha inundado de porqués,
que cada después se acongojó en la lentitud de agosto,
viste que cada instantánea del hombro a cero grados
desniveló la conjetura abstracta de unos cualesquiera transeúntes.

Yo sigo sola apedreando el olvido desde mi ventana,
fumando la gracia de la bitácora de un ángel,
aplastando la dignidad en mis bolsillos.

Acaso el alma pese más que algunos besos.

Manos y momentos



Chaparrón, histeria colectiva,
dos años tachando palitos
y los ojos grises de tanto llover.

Puesto que alguna vez se habrán secado las esquinas
volveremos a toparnos.

De cualquier manera lo haría
sin silbar un tango en tu vereda.

Lo haría.

Sorprenderte noche
y amanecerte.

Enarbolar tu mirada
tan testarudamente desentendida.

Volver a ser
pero esta vez
no caer en la memoria revuelta
de tanto tropezar en tus pestañas embarradas.

De los tiempos en tu patio plagado de hormigueros
me he traído en un bolsillo
lo suficiente para llorarte una vez al día.

Sé que no nos olvidamos.

Es sólo que estamos demasiado mojados
como para mostrarnos las caras.

jueves, 8 de julio de 2010

Elipsis

 
No lloraré.
No lloveré.
No me verteré en los tribunales de tu taza.
Un holograma de casi como media vida en blanco.
O media tiza.

Palabras corruptas que se enredan en amoríos sin necesitarnos.
Egoístas.

-¿Vas a escalarme cada noche?
-Sí, claro. ¿Por qué me lo preguntás?
-Sólo para saber que tan espeso será el olvido.

Al diablo no le va a gustar que me arrincone en tus costillas.

Un silencio detrás de otro silencio,
desnudez de sombras por doquier,
los fantasmas se pasean en medias por el pasillo espejado.

Penumbra y piedra filosofal.

Sifones de luto.

La noche comienza a enredarse en mis tobillos.
Vos me mirás como si te pesaran mis pestañas.

-¿Me pasás papel cuadriculado?
-Sí, claro. ¿Para qué?
-Tengo que dibujarte el camino hasta mi paraguas.

(Acaso llueva y se me mojen los cuadernos)

Rosario no gusta de papeles mojados
ni balcones sin blasfemias.

sábado, 26 de junio de 2010

Palabras


Todavía reemplazo el pan por cicatrices,
acaso para que vos y tus amígdalas
destronen el ocaso de las pupilas.

Si hubiera manera de envolver el invierno
y desencajarlo de tus labios
muñidos de planetas que no me rigen
arrastraría mi cadáver a tu chimenea
para brindar con ron y clavos.

Aprendiz de mañanas y cardos en el pecho,
de coronas pasajeras que irradian souvenirs,
ahora que todo está muerto
el gorgoteo del silencio me reúne en sus laberintos,
en el arenero minúsculo que acarrea en un bolsillo,
donde vivimos mi alma y yo,
decididamente sin hablarnos.

Son las nueces enjauladas en tu reloj,
las setecientas cadenas que someten al molino,
cada retazo de patria que anida en tus manos silenciosas
cuando los ojos de los tristes se deshacen en la autopista.

Porque abrir la mirada es acuchillar la mañana
urgente de escaleras y trapezoides indignos,
para que la tos y los espejos
me nutran de testamentos nocturnos
abriéndole las venas al espantapájaros que me persigue.

sábado, 29 de mayo de 2010

Circo Impertinente



No se les agrega etiqueta a las excusas,
no hay cigarro pertinente de tal mérito.

Deudor y patraña,
la mierda también es de llevarse en las venas
(viste)
se hereda.

No quisiera presenciar el derrumbe,
la enclítica cola de perro y un sauce en la mirada.

Correte,
dejame pasar.

Voilá.

Y ahora saltá.

No podrías sostenerme cinco mates en tus ojos,
a mí y a Rosario nos sobran los pucheros de Don Juan.

Volvé atrás.

Mirá el camino que nos trajo hasta acá.

(Miralo como lo hice yo)

¿Ves que las figuras de tinta china se mueren en la pared?

Es eso el miedo desparramándose en los huesos.

Silbá más fuerte y evitate el chisporroteo,
ahuyentá los fantasmas.

¿Tu as vu la mort?

Definitivamente no soy yo.

Aprendí a caminar sin tu mano
mientras vos clavabas ceros en mi espalda.

Llevate la penitencia electiva
tus mendrugos de linyera en pena,
las monedas de diez para secarte las lágrimas
y el cachivache de tu alma apostada en una cuchara.

Hacete el favor y migrá el otoño.

Eugenio Bautista. México. DF. Abril del 2010.-

Eugenio Bautista. México. DF. Abril del 2010.-

martes, 27 de abril de 2010

Truco barato

Por ser la eterna procesión al birreme anclado en la avenida,
para preservar el alma abollada en el umbral de la puerta de calle,
el sueño barato de un juez en la pared
sostenido por los duendes del exilio.

La culpa es de las fotos horizontales
por difuminar sus pupilas justo en medio de ese río.

Vuelvo a la espesura del insomnio
casi sin recordar su voz deshecha en el cemento.

Por intentar abrojarme a un daltónico
a costas de los colores de mi domingo
deberé disertar eternamente en el patíbulo,
y gritar,
gritar hasta que se estrangule la garganta.

¡No estoy muerta!
¡No lo estoy pero me da lo mismo!
¿Acaso no lo ves?

Se me figuran iguales los anteojos en el vapor,
no puedo ver con tantos agujeros tragándose los pasos.

Porque él me dice mientras pliega mi pijama:
¿Y ahora?
¿Y ahora?

Y yo repito hasta que se me anuda la lengua
¿No lo ves?
¡Ahora sí lo estoy!

Tribuna



Pobre lengua insuficiente para digerir sus propios frutos.

La avenida está plagada de ojos,
Pichincha con su traje de domingo me desviste el alma.

Tristes diablos arremetidos con cucharas y salomones
ventanas al lamento masivo de una soledad enjaulada.

Suelo mirarte cuando todavía te vas,
siempre es otoño entre tus pasos,
siempre caen cenizas en el alboroto de tus manos,
siempre en la ventana
las rejas y todo lo que no quiero ser.

Aún es de noche y la ciudad no duerme
el traqueteo del río insomne se ha inmiscuido en el viento,
juntos caminan la costanera y se agasajan.

Ninguno de los dos
te vio llorar este esqueleto.

No habrá más pasos a pesar de la vertiente,
el espectáculo atroz de la semántica de tu mirada
se habrá disuelto en el fervor retrospectivo.

Pobre olvido seguro de sí mismo.

Cada latido con glamour de duermevela
se arrinconará distraído en el paréntesis de una runa.

Yo habré colgado los patines de las sombras
decapitando la certeza del picaporte a cuarenta y cinco grados.

lunes, 19 de abril de 2010

Merengue


Me caí temprano en la gruta inhóspita que acarreaba tu mirada.


Para vos todo deviene en un sifón arrojado al gato.

Mi celeridad tendría otro color,
al igual tus besos de continente extraviado.

Yo sé que vas a llevar mis mendrugos a tus labios
despertándome de la inquietud febril.

De cada retazo de abecedario conservo el sintagma pluvial.

Lo que sí sé es que si nos miramos
se cae al vértigo la incorrección ojerosa de la distancia.

Habremos discutido hasta la urgencia
la ínfima intromisión de una colilla.
Tremendo debate,
dejarnos o comprar.

Es por esas cosas paulatinas que nos apresuramos a olvidarnos.

(Si alguna vez me vuelve a sonreír,
juro por Virgilio que me arrancaré los ojos
en el momento exacto de capturar su timidez)

No tendré las agallas de escabullirme de sus vocales
corriendo al sur,
desentonándome.

Y yo te extraño ¿sabés?
Aunque me pegue duro el exilio matutino
y venga a buscarte en pijamas con un café en el bolsillo.

De alguna manera
el pacto ínfimo con las antenas del silencio
nos habrá traído en la vuelta.

Pura marea baja,
solamente inquisiciones glamorosas,
y quizás un mate para vos.

Papeles







El parpadeo acelera el abanico de algún guión barato,
la enemistad de las sombras carbonizadas en el empedrado
amontonadas,
débiles,
miradas desbordantes de puntos y comas,
miradas estrictamente gramaticales,
miradas pretéritas.

De tus manos conservo sus astillas,
el vapor pagano que se entrometió en tus discursos,
la pobreza de una lengua para merodearte
y la crueldad de un mate tibio en tu terraza.

Rosario,
desquiciada pegatina de mentirosos recuerdos.

Debimos alejarnos de la peligrosa molienda de nuestras almas.

Mirá qué triste he sido que todavía sigo cayendo dentro de mi cuerpo
delimitando la república atea que conviene al destino impar,
desacatando las leyes plurales que te revuelcan en la inquietud de una esquina.

Mirá que sigo sin correrme de la calle introspectiva,
del arrabal insolente que te muda,
de la monotonía austera que convida al delirio.

Debí alejarme de tus cadenas de papel glasé.
Debí dejarle al río la alforja indecente de tu filosofía de chapa.



sábado, 10 de abril de 2010

Séptima Ronda


Porque también irá a traicionarnos el desandar de los muertos
la paranoia sugestiva de deambular entre los mosaicos
evitando que las bestias se apareen en mi lengua
antes de desollar aceitunas
y arremeter en interlineados que delaten tu cosmovisión.


Podría llamarte extendiendo las alas,
fumar pensativamente mientras conjugo la ausencia
y la sangre de la ciudad se hace charco en mis tobillos.

Cada dicotomía enredada en el compás de tus manos
me agiliza la puerta de los nunca pensé
y comprende el vértice más agrio
de un par de labios adversativos.

Por la imagen que estás dando noche tras noche.

(Puedo ambivalerte,
pisar tus ojos de trasnoche,
blanquear la ciénaga al final del juego
y que no haya al fin un gato en la vereda
ni una jodida conferencia donde me digan
-Sí,  a ese hijo de puta tenés que entrarle por los ojos-
como me decía tu ex no sé qué)

El día después amanece cargado de tazones de cáncer,
la gramática bebiéndose el múltiple choice de las encuestas a la almohada
y mandando a callar a los dedos abiertos
de tanto pensar.


lunes, 29 de marzo de 2010

Insomnia




Sórdida y paladina verdad,
es el alma que no encuentra refugio
y se entromete en los horizontales
para robarme alguno de aquellos gestos.

Yo suelo desesperar
con el alma descalza y hambrienta,
una corona de equinoccios desbocados
y el paracaídas incrustado en el pasaje al infierno
o en la atareada batalla de zurcir sus cueros
luego de una guerra de amazonas.

Abandonada.

Él para siempre de vacaciones reaparece en algunas amígdalas,
yo no las tengo y a veces desentierro los tajos de su insolencia.

A menudo arden los recitados en el cuello,
un renglón sutil en una legua despiadada,
insolente,
como pudiera ser el verbo más sustantivo del olvido.

Puntos cardinales desde el incendio de la pupila
al vaivén mimético y desolador de su paraíso.

Así, como una ninfa enajenada.

Estropear la piel ajena,
usurpar a los gatos desbandados que amanecen en su ventana,
desmigajar sus dedos de noticias otoñales y púberes
y más tarde desmoronar lo apenas construido
sólo volver para alimentarme del tañido del silencio.

Es por eso que una bocanada de la quimera
equivale a hundir los dedos en su santa herida
y creerlo al fin,
equilibrista perfecto,
manivela azorada a la dimensión distinta y arrolladora
sin fantasmas unilaterales y avarientos.

Desde el otro rincón del consuelo él a veces suspira
desatando el fenómeno abrumado de la tablilla a falta de besos
y una simetría perfectible de abanicos sin plegar,
de la estrechez obsoleta de una mariposa en detrimento
ante setenta y nueve anglicismos torturados.

Finalmente se deshace la cordura
hasta que unas cenizas después
se revierte el hechizo perpetuo de la oscuridad.

jueves, 25 de marzo de 2010

ZigZag


Siempre voy a divagar en el proemio
de ese extraño quilombo con nombre de tapicería.

-Al fin estamos solos y podría decírtelo-

Si mi desnudez te hubiese costado un yen
me estamparía justo allí,
en la medida justa de la timidez que me provoca tu mirada
cuando algún bizco me enfoca el orgullo
y yo me vuelvo con aire quinceañero
al paraje que determina tu incomodidad.

De los rasgos distintivos de tus cenizas
me fumé hasta los ruleros celestes de tu madre,
trastornados entre tu puerta de chapa
y el pasillo angosto que nos espiaba hasta vernos discutir.

Celosía del guiso carrero y un extraño tango inventado,
en la medida absurda de mi latitud
consigo que la gotera me esquive
con pacto hasta el próximo viernes.

Exagero,
me revuelco lascivamente en el panteón de sus pupilas,
porque ya además del cuerpo,
me sobran el alma y siete boletos.

Metamorfosis


Ojalá se hiciera mi tristeza al agua
la deidad y las mariposas miopes,
escalones opacos que tambalean el silencio,
engañosas siluetas que trastornan las cortinas.

Los dedos del ángel se escurren de mis manos
-ojalá-
muda como en sueños
galopante palpitar de extraño sentir
hubiera permanecido ante su férrea caricia.

Punto cero.

¡Silabeá mano traidora!

Silabeá su nombre con más coraje,
que todavía puedo ver hasta donde remonta su miedo.

El olvido se reserva el derecho a perdonar
o llevarse en las alas la jocosa pulcritud del alma.

Yo no sé de eso.

Para repararlo sucumbo pálidamente
en la sangría de una hormiga lenta.

lunes, 22 de marzo de 2010

Dimensión N3




Partícula tres,
cercana a la hora del miedo.

Catástrofe:
caja semivacía,
ídolos con pies de resaca,
ojeras en función creciente.

Estamos jodidos.

Menos muertos seríamos más piadosos
lo dice la alimaña que aparece fugazmente en las pupilas.

Mirarte así
(¿me ves?)
entornando el ojo izquierdo.

El silencio del tratado para un dueto de piernas alfabéticas
termina de deslucirse en la cama de tu jarana preferida.

Hay más locos misteriosos que abanicos adentro del alma
y mientras no me ames se van a aglomerar las utopías.

Es molesto que me señalés con una mueca,
casi tanto como llevar mierda en el taco.

He decidido que saldremos a pasear,
que vas a mirar algunas putas en la calle Brown
y más tarde me vas a cuestionar la metamorfosis.

Que me vas a internar en ese pedazo de vereda rota
y vas a cargar mis zapatos cuando se me antoje volver descalza
sin arrojarlos en el patio de tu insolencia.

Y sin chillar.

Que habrá un taxi de regreso sólo después de alguna palabra,
y después de un trazado nos encontraremos para dejarnos
aunque corran las siete de un domingo de carmelitas.

Quedará al final tu manía extraña de adjetivar mis impertinencias,
la puerta noqueada y aburrida de escenas burdas,
y la indiscreción del segundo piso hacia tierra.

El resto de los planes te los dejo a vos
y por supuesto que ninguno debería incluir tus ausencias.






viernes, 19 de marzo de 2010

Detrás de la puerta número siete



Él es así.
Sabe que a veces lo dejo colgado de un árbol
pero que siempre vuelvo a recogerlo.

Ya no le puedo mentir en eso de que al amor lo mata la lavandina,
entonces supongo reflexionar acerca de esta huelga de silencios caídos.

Su libro de filosofía para párvulos
no me interesa más allá del cordón de la vereda.

(Si sólo con chasquear los dedos apareciera
entonces sí que la muerte valdría más de dos monedas)

No es casual que primero haya elegido un cigarrillo,
una mañana escapando descalza en el barro,
la persiana plástica de su mejor amigo
y los seiscientos veintisiete minutos mirando fijo al suelo.

Pero él es así.

Mastica las palabras en su boca eternamente,
siempre me ofrece una silla aunque sé que sus ojos me prefieren de pie,
que caminaría de rodillas a Luján si alguien me enseñara a callar
y que tal vez, ahora mismo, esté vengándose de mi esqueleto
con alguna pose platónica en la escalera de la vecina.
Sé que a veces nos miramos tanto que nos olvidamos
y que el arribo de una mirada remonta la sevillana del silencio.

Que es la misma razón por la cual me resulta degollada la vida,
haberlo probado y que me lo avienten al otro lado de la calle
cuando en lugar de sus manos en los bolsillos me dejan la noche.

Ya su asoleada ternura ha sembrado vaivenes en la distancia,
cinco o seis caramelos empotrados en el cenicero de vidrio,
más audacia que timidez
y una tintorería desbordada de pieles mustias.

Él es así y por eso duele,
más o menos como un beso.



Condena




De una a la vez se caen las religiones,
de igual manera el doble hilado de la expectativa.

Ya ni siquiera los papeles se destiñen en la pérdida supuesta,
mientras el ángel de la lucidez pretende incautarme.

Veinte colillas hacen el resto al ritual.

Que me sobre el alma,
no es alocado,
se justifica observando el vitral endemoniado del abandono.

Los huérfanos de la boca
se enfilan agasajando la cerúlea desnudez de los talones,
-diferencia-
vender el cuerpo
vender el alma
vender la vida.

En definitiva todo el camino es una pérdida
dejar atrás tus huidas
tu ceguera impertinente
la estupidez crónica de esperarte
agazapándome en el pueril moño de un regalo
que se secó bajo el árbol angustioso de mis pecados.

Tan condenados,
tan mustios e imperdonables.

Aún bajo el ala de Dios sabrá hace cuántas muertes
esperanto de incoherencias asumidas.

Dueña de los pétalos arrebatados de tu alegoría
de tus miradas aceleradas y bohemias
de la mesita temblorosa de tu patio de verano
de las estrategias primitivas del orgullo.

Aún así la guerra de los pasos devueltos
de las armas epistemológicas de la desnudez
harán de espías incipientes en tu ventana
sólo esta noche abrumada.

No te preocupés.

Mis versos son ingenuos y advenedizos.

Aún no hirieron de muerte a los peregrinos.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Simbiosis


No pensés que el límite entre mi mate y tu guadaña
se preste a profanar la tormenta celosa de los portales advenedizos.

Que cierro la cruz y abro el universo equilátero de duendes as men,
sin corpiños ni catequesis.

Que a veces preferí morir en la dimensión mierdera de la colapsada nuca,
de ombligos adyacentes y masturbados por el egoísmo.

No pensés que acoger la vereda de la mano,
te transmuta en quiasmo,
que el barquito de papel se fugó del océano para fingirme diestra.

No podría ver el zapping desahuciado de una efímera mota de sangre.

Hace horas le doné mi alma al diablo.

Una opción debería ser que amarte
debió saber mejor que tu madre en toallas,
o más,
condecorarte hombre a costas de una hormiga interna
y balbucearte hasta caerme dentro de mi propio cuerpo.

No pensés que por ser un renglón epistolar y reglado
más adentro que de costumbre,
traicionando de manera mugrosa y desgajada lo comprado con los ojos
debería ser una inédita mariposa descamada.

No pensés la manera cartesiana de acomodarnos al mundo.

Vos, dejame a mí,
que de tanto cargar kilómetros en las manos
podría deshacer la impiadosa incomprensión
besando una a una las palabras
hasta que aterricen ajadas en tu mesa de noche.

Por las dudas, no lo pensés.
Vos, dejame a mí.



viernes, 5 de marzo de 2010

Nocturna





Luego de convertirme en la morguera de la pulcritud,
de reventarme las ojeras para apaciguar el sarcasmo,
cuando los ángeles se esconden bajo la cama,
y el cenicero desprende tres cargas, vuelvo a ser yo.

Tu archipiélago en desuso de la república del placer,
la alegoría eterna a las manos que emergen de tu boca
y someten mi pobre alma ultrajada
al tropezón ardiente de tu mirada endiosada y paulatina.

Es así.

Que me mires con sonrisa de verano
sobra para que cada partícula de suspiro ralo
se aísle sospechosa y revolotee mosqueando
hasta aterrizar en mis mañanas blancas y deshojadas.

Sería así si supiera que hacer con la arena mojada y expectante,
sería así si los ateos se trenzaran en cadenas de humo,
tal vez así si en vez de puta pudieras llamarme poesía.

Sería así.

Sé que la venta del alma es un cheque a estúpido plazo
que reventar el hueco en un zanjón se costea con la pérdida de título medieval,
sé que aprovecharme de tus mendrugos, borracha y desahuciada
ofusca el pasaje inverosímil al amor eterno.

También sé que las monedas del chantaje se venden en cualquier entrepierna
que la fidelidad que supuse se mojó del hastío de la venganza
y sobrevivió hasta desencajar tu mirada de luna trece
y de todas esas cosas que apretujé en el cajón del silencio.

Sé que me enterraste en la penumbra de tus misterios
y que cada vez que maúllan mis sandalias en tu vereda
te cosés las pupilas para no acariciar el olvido.

Sería así, si fuera la que no soy, por haber sido lo que no fui.




jueves, 4 de marzo de 2010

Espejismo




No importa,
que se hagan las tres a ciegas
en el siniestro estanque de la noche
y se queden las mariposas con hambre.

No sirve,
que te arranques el dedo al volver,
minusválidas ganas de atacarte
aún después de la pulseada
(capicúa)
y el hechizo contrarrestado.

Súplica infinita del árbol vetado
rebelión sin suspiros,
tu alma entre mis dedos
aún en sueños,
aún sediento,
y acá, el infierno.
Paseo ancestral por tu cornisa,
de lápidas ojerosas
muerto el amor,
cobardes ganas,
unas páginas hambrientas
de aquella historia,
la nuestra.

Será que la sangre de los ríos
siempre fluye hacia el olvido,
perenne satélite
en mi espalda vira tu nombre
y la boca seca se bebe el agrio vino.

Será que desmigajado el fruto,
los gajos de la mentira,
los besos sin suerte,
perecen arrojados a la orilla de tu calle.

No importa.

Y no cuenta,
que te arremangues sobre mi pecho
y a la mentira le digas pena.

sábado, 20 de febrero de 2010

Interludio




Yo sé.

Que el diablo se ha olvidado un alfiler en tu camisa,
las palabras en la cama
y la copa meciéndose en la mano del peregrino.

Yo sé que agosto debiera regresarte
aún dejando de perpetrar el corazón verde
y se plagara la amazona de crisálidas.

Sé que el ritual amorfo de fingirnos lejanos
ha pulido el rostro de la mentira,
y se ha robado de la esquina falsa, la escarlata del olvido
y el amor rupestre de una loca como yo,
sin lunas menguando los besos,
deshilachados de tanto acercarlos al poder de inventarnos
siendo más que las manos del miedo.

Sé que tu manía absurda de repicarme en la lluvia
se ha adueñado de las monedas de tu bolsillo
y las apila para desubicar las miradas crudas que nos profanan.

Yo sé que olvidarme es más fácil que asumirme,
tan pluvial, tan tramada.

La marchita costumbre de abanicar lo que más duele
ha estrechado las manos de la pobreza del alma,
y sé que al fin el grito bestial del inconsolable destino
empolvará tus pisadas, migrando de tanto saber,
al esqueleto de la angustia.

Yo lo sé.

No sé vos.

sábado, 13 de febrero de 2010

Calle León


No vuelvo a deshilar el harapo del recuerdo.

Sólo un verso y me asqueo de la ausencia
yéndome en el humo del abecedario de un gnomo.

Me caí del café por las grutas de la angustia,
me arremangué los párpados al son de la lágrima negra,
me coroné bohemia y poesía,
divagando al trote del tambor de un beso.

(Presiento que la palidez me delataría
si no le hago culto al alquiler del alma)

Esta misma locura que asalta la estrechez de la sentencia,
esta insolente ambigüedad de asfixiarme entre los hombros,
este callejón inoportuno del olvido,
vienen a configurar la osadía de una migraña.

No vuelvo a resguardarme en el flanco enemigo,
tendenciosa guerra que alimentó la hazaña
plagada de puntos suspensivos
nunca antes tan peligrosos.

Este amor,
ese amor,
aquel amor…

viernes, 12 de febrero de 2010

Péndulo


Cuando sí.

Cuando querés derribar el manzano crepuscular,
con las venas despiadadas,
el yelmo reluciente que amenaza,
y la barricada de la dignidad
otrora,
se pierde en la palidez insistente de no estar.

Cuando sí,
es tu mismo látigo resucitando,
desempolvando la bóveda de los por si acaso,
descarozando el melodrama obsoleto de la ambigüedad,
acusando figuras oscuras y somnolientas.

Cuando sí, se desfigura el pretérito,
tangente del destino hambriento de un apóstol.

Y cuando no.

Cuando no deshacés el camino inquieto de la partida,
de unos tristes motivos sí y no.

Sí,
para poderme desaguar en la noche,
acobardarme en la sombra pudenda de la rebeldía.

No,
para crucificarte en la penumbrosa manía,
en el principio binario de no resignarte,
aunque se note que se desmayó la vida cruenta
justo antes de pulirte.
Y cuando a veces,
para desnudar tus manos en mi memoria,
sodomizado por la labor tenue de mi epitafio
mis mariposas clandestinas elaboran una búsqueda,
envían a la maraña misma,
la filantropía de tu piel ajena,
a las cláusulas post mortem,
y reniego a duras penas de abril.

Por eso no,
por eso sí,
por eso a veces.