...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Por las horas que nos faltan

Yo sé que vos sabés de entrecruzados pentagramas
y que hasta a veces amanece más y mejor en tu ventana.

Sé que la osadía de atreverme a resucitar después de la infamia
decrece mientras observo atentamente las vías,
que fuiste una vez lo que yo no fui nunca,
que a veces me enrollé en un déshabillé de estaciones
y luego todos volvimos a morir de entrecasa.

Yo sé que vi tu cobardía plagada de pasaportes,
vi el desandar de tu firma ultrajando la armonía del mundo,
vi que me querías tanto como para orinar en mi atelier.

Ahora que vos y yo no nos merecemos,
que sólo somos un agujero en el espacio conjunto tiempo
que toda tu cascada de entreveros irá a morirse
y que me imagino de revés en la pulcritud de tu media cara.

Es ahora.

Al cabo me quedo con el botón flojo de los estatutos de paloma
asqueándome de las jaquecas a media pelea
sólo para estampar la escapada al olvido.

La cábala siempre vomita en viernes
se arrodilla cortesana sobre los hilos de la esquina
insufla el silencio que tararea el mundo
como corchetes blandos con agujeros en las piernas.

Regreso.

Él siempre ha estado allí,
en la sinfonía agria de lo que se parece a una pluma
en las palabras viscosas que entrelazan el pensamiento.

Él me dice no,
yo le digo a veces,
él me dice siempre
yo le digo jaque,
él se recupera
y me pide tregua.

-Ahí deberíamos sentarnos a fumar-

¡No!
¡Ésa es mi casa!
¡Allí ya has estado muerto!

Ha saltado el diablo desde la punta de su lengua,
inyectándose en mis iglesias de infancia
resucitando las arenas olvidadas de un llover.

De los cimientos heréticos que acompañan mi silogismo
retrato a diario la octava porción de la desmedida maravilla.

Y luego nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario