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viernes, 19 de marzo de 2010

Condena




De una a la vez se caen las religiones,
de igual manera el doble hilado de la expectativa.

Ya ni siquiera los papeles se destiñen en la pérdida supuesta,
mientras el ángel de la lucidez pretende incautarme.

Veinte colillas hacen el resto al ritual.

Que me sobre el alma,
no es alocado,
se justifica observando el vitral endemoniado del abandono.

Los huérfanos de la boca
se enfilan agasajando la cerúlea desnudez de los talones,
-diferencia-
vender el cuerpo
vender el alma
vender la vida.

En definitiva todo el camino es una pérdida
dejar atrás tus huidas
tu ceguera impertinente
la estupidez crónica de esperarte
agazapándome en el pueril moño de un regalo
que se secó bajo el árbol angustioso de mis pecados.

Tan condenados,
tan mustios e imperdonables.

Aún bajo el ala de Dios sabrá hace cuántas muertes
esperanto de incoherencias asumidas.

Dueña de los pétalos arrebatados de tu alegoría
de tus miradas aceleradas y bohemias
de la mesita temblorosa de tu patio de verano
de las estrategias primitivas del orgullo.

Aún así la guerra de los pasos devueltos
de las armas epistemológicas de la desnudez
harán de espías incipientes en tu ventana
sólo esta noche abrumada.

No te preocupés.

Mis versos son ingenuos y advenedizos.

Aún no hirieron de muerte a los peregrinos.

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