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viernes, 2 de septiembre de 2011

Palabras



Todavía reemplazo el pan por cicatrices,
acaso para que vos y tus amígdalas
destronen el ocaso de las pupilas.

Si hubiera manera de envolver el invierno
y desencajarlo de tus labios
muñidos de planetas que no me rigen
arrastraría mi cadáver a tu chimenea
para brindar con ron y clavos.

Aprendiz de mañanas y cardos en el pecho,
de coronas pasajeras que irradian souvenirs,
ahora que todo está muerto
el gorgoteo del silencio me reúne en sus laberintos,
en el arenero minúsculo que acarrea en un bolsillo,
donde vivimos mi alma y yo,
decididamente sin hablarnos.

Son las nueces enjauladas en tu reloj,
las setecientas cadenas que someten al molino,
cada retazo de patria que anida en tus manos silenciosas
cuando los ojos de los tristes se deshacen en la autopista.

Porque abrir la mirada es acuchillar la mañana
urgente de escaleras y trapezoides indignos,
para que la tos y los espejos
me nutran de testamentos nocturnos
abriéndole las venas al espantapájaros que me persigue.



Poema de la semana