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lunes, 29 de marzo de 2010

Insomnia




Sórdida y paladina verdad,
es el alma que no encuentra refugio
y se entromete en los horizontales
para robarme alguno de aquellos gestos.

Yo suelo desesperar
con el alma descalza y hambrienta,
una corona de equinoccios desbocados
y el paracaídas incrustado en el pasaje al infierno
o en la atareada batalla de zurcir sus cueros
luego de una guerra de amazonas.

Abandonada.

Él para siempre de vacaciones reaparece en algunas amígdalas,
yo no las tengo y a veces desentierro los tajos de su insolencia.

A menudo arden los recitados en el cuello,
un renglón sutil en una legua despiadada,
insolente,
como pudiera ser el verbo más sustantivo del olvido.

Puntos cardinales desde el incendio de la pupila
al vaivén mimético y desolador de su paraíso.

Así, como una ninfa enajenada.

Estropear la piel ajena,
usurpar a los gatos desbandados que amanecen en su ventana,
desmigajar sus dedos de noticias otoñales y púberes
y más tarde desmoronar lo apenas construido
sólo volver para alimentarme del tañido del silencio.

Es por eso que una bocanada de la quimera
equivale a hundir los dedos en su santa herida
y creerlo al fin,
equilibrista perfecto,
manivela azorada a la dimensión distinta y arrolladora
sin fantasmas unilaterales y avarientos.

Desde el otro rincón del consuelo él a veces suspira
desatando el fenómeno abrumado de la tablilla a falta de besos
y una simetría perfectible de abanicos sin plegar,
de la estrechez obsoleta de una mariposa en detrimento
ante setenta y nueve anglicismos torturados.

Finalmente se deshace la cordura
hasta que unas cenizas después
se revierte el hechizo perpetuo de la oscuridad.

jueves, 25 de marzo de 2010

ZigZag


Siempre voy a divagar en el proemio
de ese extraño quilombo con nombre de tapicería.

-Al fin estamos solos y podría decírtelo-

Si mi desnudez te hubiese costado un yen
me estamparía justo allí,
en la medida justa de la timidez que me provoca tu mirada
cuando algún bizco me enfoca el orgullo
y yo me vuelvo con aire quinceañero
al paraje que determina tu incomodidad.

De los rasgos distintivos de tus cenizas
me fumé hasta los ruleros celestes de tu madre,
trastornados entre tu puerta de chapa
y el pasillo angosto que nos espiaba hasta vernos discutir.

Celosía del guiso carrero y un extraño tango inventado,
en la medida absurda de mi latitud
consigo que la gotera me esquive
con pacto hasta el próximo viernes.

Exagero,
me revuelco lascivamente en el panteón de sus pupilas,
porque ya además del cuerpo,
me sobran el alma y siete boletos.

Metamorfosis


Ojalá se hiciera mi tristeza al agua
la deidad y las mariposas miopes,
escalones opacos que tambalean el silencio,
engañosas siluetas que trastornan las cortinas.

Los dedos del ángel se escurren de mis manos
-ojalá-
muda como en sueños
galopante palpitar de extraño sentir
hubiera permanecido ante su férrea caricia.

Punto cero.

¡Silabeá mano traidora!

Silabeá su nombre con más coraje,
que todavía puedo ver hasta donde remonta su miedo.

El olvido se reserva el derecho a perdonar
o llevarse en las alas la jocosa pulcritud del alma.

Yo no sé de eso.

Para repararlo sucumbo pálidamente
en la sangría de una hormiga lenta.

lunes, 22 de marzo de 2010

Dimensión N3




Partícula tres,
cercana a la hora del miedo.

Catástrofe:
caja semivacía,
ídolos con pies de resaca,
ojeras en función creciente.

Estamos jodidos.

Menos muertos seríamos más piadosos
lo dice la alimaña que aparece fugazmente en las pupilas.

Mirarte así
(¿me ves?)
entornando el ojo izquierdo.

El silencio del tratado para un dueto de piernas alfabéticas
termina de deslucirse en la cama de tu jarana preferida.

Hay más locos misteriosos que abanicos adentro del alma
y mientras no me ames se van a aglomerar las utopías.

Es molesto que me señalés con una mueca,
casi tanto como llevar mierda en el taco.

He decidido que saldremos a pasear,
que vas a mirar algunas putas en la calle Brown
y más tarde me vas a cuestionar la metamorfosis.

Que me vas a internar en ese pedazo de vereda rota
y vas a cargar mis zapatos cuando se me antoje volver descalza
sin arrojarlos en el patio de tu insolencia.

Y sin chillar.

Que habrá un taxi de regreso sólo después de alguna palabra,
y después de un trazado nos encontraremos para dejarnos
aunque corran las siete de un domingo de carmelitas.

Quedará al final tu manía extraña de adjetivar mis impertinencias,
la puerta noqueada y aburrida de escenas burdas,
y la indiscreción del segundo piso hacia tierra.

El resto de los planes te los dejo a vos
y por supuesto que ninguno debería incluir tus ausencias.






viernes, 19 de marzo de 2010

Detrás de la puerta número siete



Él es así.
Sabe que a veces lo dejo colgado de un árbol
pero que siempre vuelvo a recogerlo.

Ya no le puedo mentir en eso de que al amor lo mata la lavandina,
entonces supongo reflexionar acerca de esta huelga de silencios caídos.

Su libro de filosofía para párvulos
no me interesa más allá del cordón de la vereda.

(Si sólo con chasquear los dedos apareciera
entonces sí que la muerte valdría más de dos monedas)

No es casual que primero haya elegido un cigarrillo,
una mañana escapando descalza en el barro,
la persiana plástica de su mejor amigo
y los seiscientos veintisiete minutos mirando fijo al suelo.

Pero él es así.

Mastica las palabras en su boca eternamente,
siempre me ofrece una silla aunque sé que sus ojos me prefieren de pie,
que caminaría de rodillas a Luján si alguien me enseñara a callar
y que tal vez, ahora mismo, esté vengándose de mi esqueleto
con alguna pose platónica en la escalera de la vecina.
Sé que a veces nos miramos tanto que nos olvidamos
y que el arribo de una mirada remonta la sevillana del silencio.

Que es la misma razón por la cual me resulta degollada la vida,
haberlo probado y que me lo avienten al otro lado de la calle
cuando en lugar de sus manos en los bolsillos me dejan la noche.

Ya su asoleada ternura ha sembrado vaivenes en la distancia,
cinco o seis caramelos empotrados en el cenicero de vidrio,
más audacia que timidez
y una tintorería desbordada de pieles mustias.

Él es así y por eso duele,
más o menos como un beso.



Condena




De una a la vez se caen las religiones,
de igual manera el doble hilado de la expectativa.

Ya ni siquiera los papeles se destiñen en la pérdida supuesta,
mientras el ángel de la lucidez pretende incautarme.

Veinte colillas hacen el resto al ritual.

Que me sobre el alma,
no es alocado,
se justifica observando el vitral endemoniado del abandono.

Los huérfanos de la boca
se enfilan agasajando la cerúlea desnudez de los talones,
-diferencia-
vender el cuerpo
vender el alma
vender la vida.

En definitiva todo el camino es una pérdida
dejar atrás tus huidas
tu ceguera impertinente
la estupidez crónica de esperarte
agazapándome en el pueril moño de un regalo
que se secó bajo el árbol angustioso de mis pecados.

Tan condenados,
tan mustios e imperdonables.

Aún bajo el ala de Dios sabrá hace cuántas muertes
esperanto de incoherencias asumidas.

Dueña de los pétalos arrebatados de tu alegoría
de tus miradas aceleradas y bohemias
de la mesita temblorosa de tu patio de verano
de las estrategias primitivas del orgullo.

Aún así la guerra de los pasos devueltos
de las armas epistemológicas de la desnudez
harán de espías incipientes en tu ventana
sólo esta noche abrumada.

No te preocupés.

Mis versos son ingenuos y advenedizos.

Aún no hirieron de muerte a los peregrinos.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Simbiosis


No pensés que el límite entre mi mate y tu guadaña
se preste a profanar la tormenta celosa de los portales advenedizos.

Que cierro la cruz y abro el universo equilátero de duendes as men,
sin corpiños ni catequesis.

Que a veces preferí morir en la dimensión mierdera de la colapsada nuca,
de ombligos adyacentes y masturbados por el egoísmo.

No pensés que acoger la vereda de la mano,
te transmuta en quiasmo,
que el barquito de papel se fugó del océano para fingirme diestra.

No podría ver el zapping desahuciado de una efímera mota de sangre.

Hace horas le doné mi alma al diablo.

Una opción debería ser que amarte
debió saber mejor que tu madre en toallas,
o más,
condecorarte hombre a costas de una hormiga interna
y balbucearte hasta caerme dentro de mi propio cuerpo.

No pensés que por ser un renglón epistolar y reglado
más adentro que de costumbre,
traicionando de manera mugrosa y desgajada lo comprado con los ojos
debería ser una inédita mariposa descamada.

No pensés la manera cartesiana de acomodarnos al mundo.

Vos, dejame a mí,
que de tanto cargar kilómetros en las manos
podría deshacer la impiadosa incomprensión
besando una a una las palabras
hasta que aterricen ajadas en tu mesa de noche.

Por las dudas, no lo pensés.
Vos, dejame a mí.



viernes, 5 de marzo de 2010

Nocturna





Luego de convertirme en la morguera de la pulcritud,
de reventarme las ojeras para apaciguar el sarcasmo,
cuando los ángeles se esconden bajo la cama,
y el cenicero desprende tres cargas, vuelvo a ser yo.

Tu archipiélago en desuso de la república del placer,
la alegoría eterna a las manos que emergen de tu boca
y someten mi pobre alma ultrajada
al tropezón ardiente de tu mirada endiosada y paulatina.

Es así.

Que me mires con sonrisa de verano
sobra para que cada partícula de suspiro ralo
se aísle sospechosa y revolotee mosqueando
hasta aterrizar en mis mañanas blancas y deshojadas.

Sería así si supiera que hacer con la arena mojada y expectante,
sería así si los ateos se trenzaran en cadenas de humo,
tal vez así si en vez de puta pudieras llamarme poesía.

Sería así.

Sé que la venta del alma es un cheque a estúpido plazo
que reventar el hueco en un zanjón se costea con la pérdida de título medieval,
sé que aprovecharme de tus mendrugos, borracha y desahuciada
ofusca el pasaje inverosímil al amor eterno.

También sé que las monedas del chantaje se venden en cualquier entrepierna
que la fidelidad que supuse se mojó del hastío de la venganza
y sobrevivió hasta desencajar tu mirada de luna trece
y de todas esas cosas que apretujé en el cajón del silencio.

Sé que me enterraste en la penumbra de tus misterios
y que cada vez que maúllan mis sandalias en tu vereda
te cosés las pupilas para no acariciar el olvido.

Sería así, si fuera la que no soy, por haber sido lo que no fui.




jueves, 4 de marzo de 2010

Espejismo




No importa,
que se hagan las tres a ciegas
en el siniestro estanque de la noche
y se queden las mariposas con hambre.

No sirve,
que te arranques el dedo al volver,
minusválidas ganas de atacarte
aún después de la pulseada
(capicúa)
y el hechizo contrarrestado.

Súplica infinita del árbol vetado
rebelión sin suspiros,
tu alma entre mis dedos
aún en sueños,
aún sediento,
y acá, el infierno.
Paseo ancestral por tu cornisa,
de lápidas ojerosas
muerto el amor,
cobardes ganas,
unas páginas hambrientas
de aquella historia,
la nuestra.

Será que la sangre de los ríos
siempre fluye hacia el olvido,
perenne satélite
en mi espalda vira tu nombre
y la boca seca se bebe el agrio vino.

Será que desmigajado el fruto,
los gajos de la mentira,
los besos sin suerte,
perecen arrojados a la orilla de tu calle.

No importa.

Y no cuenta,
que te arremangues sobre mi pecho
y a la mentira le digas pena.